La sociedad está en continua transformación. Esto no significa que siempre vayamos hacia adelante, como la historia ha demostrado en varias ocasiones, ni siquiera significa que las transformaciones supongan, en muchos casos, algún tipo de evolución. Es más, la evolución, entendida como el avance hacia algo nuevo y mejor, es en muchas ocasiones efecto de circunstancias casuales, casi anomalías estadísticas. Más si cabe si pensamos en la tendencia universal a la entropía o al “desorden”, aunque la entropía también es entendida en física como descriptora de lo irreversible, y eso es algo profundamente ligado a los hechos disruptivos que traen consigo ciertos logros de las mentes más brillantes de nuestra especie: ya no hay vuelta atrás. No obstante, los seres humanos somos, predominantemente, reacios a los cambios. De hecho, en gran medida, tendemos a combatir los mismos con resistencia.
Pongamos el caso del gran científico británico del siglo XIX Michael Faraday. Faraday, de familia humilde y sin acceso prácticamente a la educación reglada, fue esa excepción estadística, esa anomalía universal que hizo que la sociedad humana progresase en el siglo siguiente de manera trascendental. Su principal logro (o al menos desde nuestra perspectiva actual): encontrar aplicaciones prácticas al divertimento por excelencia de la clase científica contemporánea, la electricidad. Sin embargo Faraday, desde temprana edad, encontró dificultades en su tenaz voluntad por cambiar el mundo, y no fueron problemas de cariz científico, sino de cariz social. Primero, tras su primer gran descubrimiento, convertir la corriente eléctrica en movimiento mecánico continuo, o lo que es lo mismo, la creación del primer motor eléctrico de la historia, su jefe por aquellos días, Humphry Davy, presa de la envidia, relegó a Faraday a tareas alejadas al campo que acababa de transformar, enviándole a experimentar con vidrio para competir con las lentes bávaras, las mejores del mundo, de lejos, en aquella época. Al final de su carrera, la comunidad científica daba la espalda a los estudios de Faraday pues estos solo tenían una base práctica, y no había una base matemática que explicase dichos descubrimientos, algo necesario en la ciencia de finales del siglo XIX para ser tomado en serio. Sus propios compañeros se burlaban de sus descubrimientos, y de la relevancia de estos más allá de lo anecdótico. No supieron ver cómo Faraday estaba transformando el mundo, no quisieron entender que el cambio había comenzado, y era irreversible. No supieron ver la oportunidad de asumir los descubrimientos de Faraday para escribir sus nombres en la historia de la evolución.
Las revoluciones a veces empiezan con algo sencillo, con algo inesperado, incluso intrascendente. El verdadero hecho determinante es saber ver la importancia que tienen esos hechos, y como llevarlos al plano que transforme nuestra sociedad
Fue en este punto cuando apareció en su camino James Clerk Maxwell, quien cogió el trabajo teórico de Faraday y lo tradujo al idioma universal de las matemáticas, tan necesario para comunicar y convencer a la comunidad científica. Gracias a la unión de los distintos perfiles de los dos científicos, uno en la parte visionaria, otro en la parte racionalista, los descubrimientos de Faraday siguieron moviendo los avances y las transformaciones de la industria y la ingeniería de su siglo, siendo la semilla para los grandes avances del siglo XX
Los logros y los avances que podemos atribuir a los descubrimientos de Faraday son incontables. La comunicación a distancia, los motores eléctricos, los generadores y transformadores eléctricos, la posibilidad de volar sin que los rayos afecten a los aviones, los aislantes e inhibidores de electromagnetismo, las relaciones entre la fuerza de la gravedad, la electricidad y el magnetismo, incluso las primeras observaciones de sucesos cuánticos… son solo algunas de las categorías que Faraday puso a rodar, y cuyo movimiento guía nuestra sociedad actual.
Las revoluciones a veces empiezan con algo sencillo, con algo inesperado, incluso intrascendente. El verdadero hecho determinante es saber ver la importancia que tienen esos hechos, y como llevarlos al plano que transforme nuestra sociedad. La comunión entre distintos perfiles de personas es el engranaje necesario para poner en marcha la máquina imparable de la evolución, de la transformación. No subirse a ésta máquina es un riesgo que muchos decidieron tomar, muchos que ahora no son recordados como lo fueron Faraday, Maxwell y tantos otras grandes mentes que lucharon contra sus sociedades para cambiar nuestro mundo de manera irreversible.
En el ámbito que vivimos hoy en día, la revolución está servida, ya está en marcha: internet, informática de consumo, smartphones, interconectividad global en la palma de la mano, en cualquier momento y en cualquier lugar, internet of things, weareables o dispositivos vestibles…, todo conectado, todo online, y todo al servicio del consumidor, dándole mayor poder de decisión, de información, y de acceso. Las empresas y las marcas, ante esta ola de innovación y de transformación, pueden hacer dos cosas: subirse al cambio, incluso hacer como Faraday y no dejar de experimentar nuevas aplicaciones que hagan avanzar las relaciones con sus clientes, o quedar olvidadas, gruñendo profecías sobre la insignificancia de la transformación que ya está en marcha y es irreversible.
En las empresas, en este momento de grandes cambios y transformaciones, donde no existe un camino escrito, donde hay que experimentar y donde se debe que arriesgar, más que nunca son necesarios perfiles como Faraday, profesionales innovadores, inquietos, inconformistas y capaces de persistir en la búsqueda de soluciones alternativas y creativas, aún cuando sus colegas o jefes no lo compartan, entiendan o incluso, como en el caso de Faraday, sean objeto de burla; pero también es necesario esos perfiles como Maxwell, con una gran experiencia, conocimiento y visión empresarial que sepan aterrizar toda esa corriente de creatividad e innovación en activos tangibles para la empresa.
Estos 2 perfiles intelectuales son diferentes y seguramente casi imposible que coincidan en una única persona dentro de la organización. Por eso, la responsabilidad de un gran líder es fomentar que los Faradays y los Maxwells de la empresa colaboren y cooperen para conseguir hacerla crecer y competir en este mundo digital que nos está tocando vivir.
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